El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en
tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y
vio la losa quitada. Fue entonces
corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de
Jesús, y les dijo: - Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo
han puesto.
ID A GALILEA. ALLÍ LO VERÉIS
Marcos habla de tres mujeres admirables que no pueden olvidar a Jesús.
Son María de Magdala, María la de Santiago y Salomé. En sus corazones se ha
despertado un proyecto absurdo que solo puede nacer de su amor apasionado:
«comprar aromas para ir al sepulcro a embalsamar su cadáver».
Lo sorprendente es que, al llegar al sepulcro, observan que está
abierto. Cuando se acercan más, ven a un «joven vestido de blanco» que las
tranquiliza de su sobresalto y les anuncia algo que jamás hubieran sospechado.
«¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?». Es un error buscarlo
en el mundo de los muertos. «No está aquí». Jesús no es un difunto más. No es
el momento de llorarlo y rendirle homenajes. «Ha resucitado». Está vivo para
siempre. Nunca podrá ser encontrado en el mundo de lo muerto, lo extinguido, lo
acabado.
Pero, si no está en el sepulcro, ¿dónde se le puede ver?, ¿dónde nos
podemos encontrar con él? El joven les recuerda a las mujeres algo que ya les
había dicho Jesús: «Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Para
«ver» al resucitado hay que volver a Galilea. ¿Por qué? ¿Para qué?
Al resucitado no se le puede «ver» sin hacer su propio recorrido. Para
experimentarlo lleno de vida en medio de nosotros, hay que volver al punto de
partida y hacer la experiencia de lo que ha sido esa vida que ha llevado a
Jesús a la crucifixión y resurrección. Si no es así, la «Resurrección» será para
nosotros una doctrina sublime, un dogma sagrado, pero no experimentaremos a
Jesús vivo en nosotros.
Galilea ha sido el escenario principal de su actuación. Allí le han
visto sus discípulos curar, perdonar, liberar, acoger, despertar en todos una
esperanza nueva. Ahora sus seguidores hemos de hacer lo mismo. No estamos
solos. El resucitado va delante de nosotros. Lo iremos viendo si caminamos tras
sus pasos. Lo más decisivo para experimentar al «resucitado» no es el estudio
de la teología ni la celebración litúrgica sino el seguimiento fiel a Jesús.
José Antonio Pagola